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Comercio municipal “tuerto” y contra el mundo

Algo que tenía que pasar, pasó. Apenas la Dirección de Comercio de la capital comenzó a apretar las tuercas, comerciantes establecidos y ambulantes empezaron a brincar, cual chapulines en comal. El fondo de la discusión no es nuevo: ¿por qué se tardó tanto la administración galindista en poner orden? La cifra es contundente: más del 70% del comercio tenía uno o más trámites pendientes.

Poner orden siempre trae beneficios, pero el problema está en el cómo. Y ahí es donde aparecen las dudas, los reclamos y el sospechosismo.

Un ejemplo: a los dueños de los tacos De la Esquinita los obligan a cerrar a la una de la mañana, religiosamente. Pero a unas cuadras, en el Canalón y sus alrededores, hay abarrotes que siguen abiertos a las 2 de la mañana, sin que nadie los moleste. ¿Por qué unos sí y otros no?

El mismo guion se repite: clausuran una pizzería sin permisos, pero al mismo tiempo negocios en el camellón Goi —que empezaron con tres mesas— hoy abarcan más de 200 metros cuadrados como si nada. En Constitución, afuera del panteón, una hilera de autos en venta permanece intocable.

El reclamo es claro: “o todos coludos o todos rabones”. Y no sirve la excusa de la falta de personal, porque los meses pasan y los informales “con privilegios” siguen intocables, mientras a otros los exprimen con permisos y clausuras.

Regular el comercio no es tarea fácil, pero hacerlo de manera parcial es una receta para el conflicto. Un inspector no solo necesita un sello de clausura: necesita criterio. Porque cuando se mide con doble vara, la línea entre orden y extorsión se vuelve difusa.

El Ayuntamiento debe reorganizar su estrategia. En una ciudad donde el 85% de la economía depende de los pequeños negocios, un trabajo parejo y eficiente con establecidos y ambulantes podría dejar más ingresos que el mismo predial.

El problema es que en Comercio capitalino lo digital todavía es un sueño lejano, y pensar en inteligencia artificial suena a ciencia ficción. Mientras tanto, seguimos atrapados en una estructura que huele más a discrecionalidad que a modernización.

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