Por: Benjamín Ustoa
El reciente llamado del director general de Interapas, Daniel Hernández Delgadillo, a los tres niveles de gobierno para rescatar financieramente al organismo operador del agua no debería tomarnos por sorpresa. Pero sí debería alarmarnos.
Porque si algo refleja esta petición es la confirmación oficial de lo que los potosinos ya saben —y sufren— desde hace años: el agua en la zona metropolitana de San Luis Potosí está atrapada en un sistema obsoleto, incapaz de responder a la expansión urbana desordenada, la presión demográfica y el deterioro climático. Es un modelo hidráulico que colapsó, pero que seguimos parchando con botes de plástico, discursos institucionales y buenas intenciones.
El diagnóstico del titular de Interapas es tan crudo como cierto: una infraestructura hidráulica de hace cuatro décadas, diseñada para una ciudad que ya no existe, sostiene a una urbe fragmentada que hoy se extiende sin control por Villa de Pozos, Soledad y la periferia capitalina. Y lo hace sin subsidios ni inversión estatal ni federal, dependiendo únicamente de los pagos de usuarios cada vez más inconformes con el mal servicio que reciben.
Pero si bien es necesario atender el colapso operativo, no se puede reducir esta crisis a un asunto de “falta de dinero”. También es una crisis de visión, de planeación, y —sobre todo— de responsabilidad compartida.
La clase política potosina lleva años ignorando el fondo del problema. Permitieron desarrollos habitacionales sin exigir infraestructura básica funcional. Aprobaban fraccionamientos en zonas donde ni el agua llega ni el drenaje funciona. Hoy, cuando llegan las lluvias, la ciudad se inunda no solo por la acumulación natural del agua, sino por el drenaje atascado, roto o inexistente.
Y mientras tanto, Interapas actúa como si fuera un héroe mal pagado, pidiendo aplausos por salir a desazolvar calles en plena tormenta, como si eso fuera extraordinario y no parte de su responsabilidad mínima.
Lo que falta no es solo dinero: falta una reforma estructural al modelo de gestión del agua. Una visión metropolitana que no dependa del reciclaje de culpas entre municipios y el estado. Y una ciudadanía informada, pero también corresponsable, que entienda que sin pago no hay servicio, pero que exija, con igual firmeza, que los recursos no se pierdan en nóminas infladas, contratos opacos o simulaciones políticas.
Porque el agua no se rescata solo con bombas o desazolves. Se rescata con planeación, con honestidad y con decisiones valientes que pocos —hasta ahora— están dispuestos a tomar.
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